Ahora mismo llueve pero siento que no me aclaro, sino que sigo cada vez más turbia. Llueve dentro, fuera, llueve en mi casa y llueve en aquel banco (en el del teatro). Llueve al otro lado de la cama, y en el tuyo. Llueve en el piso, en el Falla -que nunca llegamos a quemar a orgasmos-, llueve en la plaza desteñida y amarga, llueve el bar de los sueños, los reencuentros y los desencuentros, y llueve en Huelva.
La lluvia arrecia con tanta fuerza que me lleva con ella y me arrastra. Pero siento que no me aclaro, que sigo cada vez más turbia, me ahogo y desahogo, doy una bocanada de aire y vuelvo a hundirme.
No sé si me convenzo, me engaño, traigo y llevo, me dejo llevar, me enrredo, desenrredo y echo a volar. No sé si lo que siento es un torbellino que me pasa por encima, o si sencillamente me arrastra y me sumerjo. No sé si me pierdo o si soy yo. No sé si quieres o si solo te dejas llevar. No sé qué quieres, no sé qué quiero.
Tengo miedo a dejarme llevar, a perderme, a perderte. A romper el equilibrio, a acabar con todo, como antes, como siempre, quizá como ahora.
Llueve, pero me siento turbia, árida.
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